En el mes de marzo pude salir finalmente del infierno: me jubile como docente del Departamento de Música de la Facultad de Artes. En ese momento deje en Facebook un breve testimonio de mi experiencia, y hoy vuelvo a compartir ese texto para quienes no lo han leído aún y tal vez les interese.
La música tiene la extraordinaria capacidad de evocar
recuerdos, pero si los recuerdos no son buenos, esa música permanece ausente. Tal
vez algún docente del Departamento de Música de la Facultad de Artes de la Universidad
Nacional de Córdoba, pueda tener esa música siempre dispuesta para evocar
buenos recuerdos. Sin embargo, en lo personal, esto no sucede. Después de
veinticinco años de docencia en ese lugar, no hay música, no hay gratos recuerdos,
sólo indignación. Son muchos los jóvenes que ingresan a la FA con la esperanza de aprender
algo sobre lo sublime de la creación musical, sin sospechar que el “santuario
del conocimiento” no está libre de laberintos y sorpresas. Se dice que la falta de presupuesto
pone en riesgo la educación de la universidad pública, pero muy pocos advierten
que algo más peligroso que el presupuesto está destruyendo silenciosamente la
educación. Es lo que sucede cuando el sistema educativo cae en manos de un
círculo cerrado de conveniencias académicas, lo que podría denominarse ‘amigocracia’.
¿Será una nueva Corda Frates, la logia reaccionaria que se creyó superada con la Reforma Universitaria
de 1918?
Si la amigocracia
domina los claustros académicos, no hay mucho lugar para las acciones
disciplinarias cuando los que deben dar el mejor ejemplo no lo hacen, ni hay
mucha ocasión para la idoneidad profesional. Es lo que pasa cuando en las mesas
de exámenes no están todos sus integrantes como lo exige el reglamento
universitario, cuando las
alumnas son acosadas sexualmente, o cuando se promueve animosidad (mobbing)
hacia los docentes que no son complacientes con la amigocracia, entre otras acciones
no menos escandalosas. En cuanto a la idoneidad cabe destacar que hay docentes que han dedicado toda su vida
al estudio, la investigación y la producción, sin embargo, el esfuerzo de ellos
termina siendo inútil para la educación pública porque la oportunidad de
ofrecerlo choca con la frecuente parcialidad selectiva de los concursos, donde
prevalece el acuerdo previo de quienes integran el jurado, que prefieren
beneficiar solamente a los que están dispuestos al intercambio de favores. Lamentablemente, todo es posible ante la mirada
“distraída” de las autoridades. La amigocracia es el gobierno donde la amistad
es casi una complicidad, y en ese juego siniestro los más perjudicados son los estudiantes.
El docente honesto no dudaría en admitir
su error, diferente a lo que normalmente ocurre con buena parte de las autoridades
académicas. Ellas creen ser infalibles en la interpretación de los estatutos
académicos, por lo que se adjudican un amplio margen de justificación, dejando
de lado el sentido común que todo reglamento exige. Cuentan, además, con la
bendición de la Defensoría
de la Comunidad Universitaria
cuyo defensor, o no existe, como sucedió en algún momento, o quienes deberían
asumir alguna responsabilidad tienen la costumbre de mirar sin ver. Frente a
esto, un profesional universitario dijo alguna vez con resignación: “Y, bueno, la Universidad es así”.
Pero nadie quiere una Universidad así. Córdoba, la Docta , no se lo merece, y es
difícil pensar que alguien con dignidad acepte que un lugar tan sagrado para la
formación humana y profesional, se deje vencer tan fácilmente por lo profano.
Quiera Dios que algún día la educación universitaria logre recuperar los
méritos que alguna vez supo tener, ahí donde parece haberlos perdido.